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Gerardo F. Kurtz

Un texto introductorio

Junio 2011

José Guerrero - Fotógrafo

Granada - 1979

 

José Guerrero es un fotógrafo al que conozco desde hace muchos años, y de cuya evolución he sido testigo directo desde casi el inicio de su carrera profesional. Su obra no es fácil de comentar debido principalmente a que las complejas claves, llenas de sentido, que la dotan de excepcional interés y relevancia artística, distan mucho de ser obvias y a menudo se encuentran muy alejadas de la aparente superficie de sus imágenes. En cualquier caso, el alto nivel de calidad de su obra es patente tanto en términos gráficos, como en términos relativos a su acabado material. Su propuesta fotográfica es tan interesante como compleja y su producción es en efecto digna de ser analizada con particular atención.

 

Al igual que ocurre con la obra tantos artistas contemporáneos, explorar la obra de Guerrero requiere del observador mucho más que un mero y relajado acercamiento. Para llegar a captar y entender plenamente el alcance del valor de su obra fotográfica, uno debe establecer una cuidada relación con sus imágenes, relación que pronto nos proporcionará algunas claves con las que comprender la naturaleza fotográfica sustancial de su obra. Una vez aceptamos el reto del fotógrafo de explorar su mundo gráfico, descubrimos que aún cuando utiliza lo que parecen ser (y el asunto aquí es que sólo lo “parecen”) notaciones sencillas para sus imágenes, el autor plantea cada una de ellas de modo que sea pieza completamente independiente y donde cada una habrá de tener una rica naturaleza poética, siempre enteramente cargada de sentido y guardando en cada caso una relación de cohesión y coherencia con su discurso fotográfico general. Un discurso en el que es especialmente placentero descubrir una sutil relación entre lo evidente y lo profundo, una relación que forma parte de una propuesta fotográfica tan compleja como fértil.

 

La propuesta artística y creativa de Guerrero persiste una vez dejamos atrás una de sus imágenes, y al abordar la siguiente, sea o no la que nos proponga Guerrero como la «siguiente», apreciamos con claridad que está relacionada con la que acabamos de dejar atrás. Es toda su obra una especie de construcción seriada que en ningún caso se ciñe a un conjunto cerrado de reglas y modos. Guerrero se esmera a conciencia en combinar la labor realizada en una sola imagen con la empleada para ajustarla dentro de una seriación específica. No obstante, su trabajo no trata realmente de una seriación en sí misma, sino de la relación de cada obra - a través de la seriación - con un complejo mundo exterior. Las agrupaciones de imágenes, los portfolios, funcionarán como una única y coherente realidad gráfica, aunque no siempre hay una correlación evidente entre sus imágenes, y con frecuencia ni siquiera existe una narrativa directa que las vincule realmente. Existen elementos sutiles que en efecto las relacionan, y si bien apenas si alcanzamos a comprender cuáles son, vemos que las transiciones entre las imágenes existen de hecho, y transitan por su obra de manera análoga a como lo hacen las transiciones en una composición musical donde las construcciones con sonidos y formas obedecen a un orden misterioso al que la música misma nos remite.

 

Hay algo de laberíntico en la obra de Guerrero. Una vez que nos aventuramos por los senderos que él propone, no hay forma de escapar. Cada imagen revela un mundo, y los conjuntos de imágenes que nos presenta a través de sus portfolios establecen giros y cambios de dirección hacia ese mundo. Sus construcciones fotográficas, consideradas individualmente encierran un enorme interés, pero adquieren una cualidad especial al presentarlas en su estructura asociativa.

 

La claridad y la consistencia de la obra de Guerrero es ciertamente sorprendente. La determinación y solidez de su propuesta, de su visión personal, están bien desarrolladas y resulta sorprendente ver a un artista tan joven trabajando con lo que aparece como un lenguaje en el que no hay cabida para la duda. Aun cuando hay en su obra un lenguaje, no hay en ella un verdadero mensaje. Si hubiéramos de ver algún mensaje en la obra de Guerrero no sería otro que el hecho esencial de que el mundo actual no es sino uno. Hay una universalidad en sus vistas en la que descubrimos una persistencia y una uniformidad en toda vida urbana moderna, en toda realidad urbana, ya sea en el centro urbano o en los suburbios. En cualquiera de sus vistas urbanas o no tan urbanas, es la acción humana sobre el entorno lo que define el aspecto esencial que interesa en su visión. La realidad universal de nuestra naturaleza permea a través de las propias vistas y discurre por la mirada de José Guerrero hasta pasar a formar parte de sus fotografías.

 

Al contemplar Alcalá la Real. JAÉN 2007  (que a mi parecer es una de sus obras maestras), de la serie Andalousie, uno ve cuán complejas son sus imágenes. Usando referencias paisajísticas que en efecto conducen la vista hasta lo que anticiparíamos de una escena andaluza, será la estructura incorporada a esa escena la que argumente en favor de su proposición visual. Sin usar un diálogo que se enfrente en verdad al elemento icónico mismo, pero manteniendo el escenario característicamente andaluz, el “factor” universalista se ha convertido en el argumento visual de Guerrero, uno que opera a modo de genial truco de magia visual.

 

Sus paisajes son realmente «paisajes humanos». Su visión urbana a menudo (casi siempre) aporta claves a referencias con las que saber dónde fueron tomadas, al mismo tiempo ninguna de ellas depende del contenido localista, ningún hito monumental o referencial interviene en la construcción de sus imágenes, y a lo sumo se convierten éstos en referencia accidental dentro de su imagen. Lo que resulta de interés de por sí es el espacio representado, la «sensación de lugar» es en sí misma la que salta de la imagen y nos permite descubrir tanto la fascinación del instante como la realidad universal que José estará experimentando, y que después - una vez se materializa como copia fotográfica final - compartirá con nosotros.

 

Miremos, por ejemplo, una de sus parejas de imágenes más logradas “Krasnosgardeskaya. Moscow” 2008 y “Dar El Salam. Cairo” 2008 (a su vez pertenecientes al portfolio “Down-Town. London, Moscow, Cairo, Paris, New York, Teheran … 2008-2011”). Son imágenes que - para apreciar su magia - deben observarse cronológicamente en una única y misma experiencia, en una misma sesión de visionado. Al hacerlo, estas dos imágenes se convierten en una sola, en la mismísima imagen. Sin trucos ni artificios; no hay una construcción visual directa, sólo una atenta mirada que desvela la esencia de un lugar, de una experiencia urbana. Logrando después ofrecer una representación visual de la misma.

 

Esta manera sencilla de emparejar piezas revela claramente el juego laberíntico de Guerrero, uno en el que la seriación laxa lleva a las imágenes a interactuar unas con otras y a ofrecer una experiencia poética cargada de sentido. En ocasiones la experiencia visual tiene lugar con sencillos pares como ésta de El Cairo y Moscú, pero en otras ocasiones tiene lugar en modos más complejos y callados. A medida que vamos aceptando la propuesta de Guerrero, su mundo nos desconcierta y nos atrae a un mismo tiempo, y pronto queda claro que sus imágenes nos llevarán a través de una interesante y significativa travesía. Al recorrer lentamente sus pasillos, subir y bajar por sus senderos, ir hacia adelante y hacia atrás de un sitio a otro, acabaremos preguntándonos cómo ha sido posible que un grupo tan concreto de imágenes nos haya podido atrapar en este juego.

 

Saltemos a la callada subserie que Guerrero nos propone en Down-Town en dos agrupaciones de nueve imágenes que representan rincones de Teherán (2011), o en la serie completa de Órbigo, o de Desértica, o a cualquiera de sus obras, y no encontraremos recorridos turísticos, es todo puro viajar; descubrimientos poéticos sublimados que nos transportan por unos momentos a una esfera superior de la observación. Para mí un verdadero goce, el tiempo dedicado a explorar la obra de José Guerrero estará siempre bien empleado.

 

Todas sus imágenes, todo su trabajo (no siempre con el mismo nivel de acierto por supuesto), plasman además una impresión de belleza que nos llega tanto de la imagen como del objeto fotográfico que la contiene. Es obligado contemplar sus originales. Tomemos por ejemplo la serie Thames de 2008; en ella Guerrero utiliza su habitual destreza visual, pero esta vez - casi por accidente - aparece el sempiterno y prácticamente ya olvidado tema de la niebla londinense. Crea Guerrero aquí un conjunto de imágenes de una increíble y maravillosa belleza; una belleza que prevalece en toda la serie y que se percibe de manera inmediata en cada imagen, de modo muy diferente a otras de sus obras en las que esta belleza no es tan directa ni tan evidente. Pero en Thames, la experiencia material de deslizar la mirada, los ojos, por las fotografías de Guerrero nos proporciona una especie de «visión táctil» en la que la imagen, el sujeto y el objeto alcanzan una armonía intensa y directa.

 

Sea como fuere, cada una de las fotografías de Guerrero opera por sí sola, cada una con claves relativas a su lugar de origen, pero siempre desprovistas de artificios que pudieran construirnos un atajo fácil y convencional hacia un icono, cada imagen pertenece al mundo, a nosotros, y Guerrero logra construir un discurso donde cada lugar en que trabaja es representado como uno que pertenece tanto a su mundo como al nuestro, pero, y este es uno de sus mayores logros, todas y cada una de sus fotografías está sujeta a un proceso de creación que la convierten en una fotografía independiente, en una realidad poética sutil, una que aún perteneciendo a un discurso mayor, a una serie compleja o sencilla, todavía prevalece como una verdadera fotografía vinculada al esfuerzo y el talento del artista.

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